Yo nací en una pequeña aldea castellana. En los años de mi niñez tuve un hogar maravilloso aunque con pocos recursos económicos pero sobresalía el ambiente cristiano vivido con alto grado de coherencia. De pequeño disfruté de un padre trabajador y de una madre con profundo sentido humano-religioso. Estas dos personas me enseñaron lo que es y debe ser la vida familiar y que yo la experimenté con mis ocho hermanos: el valor del trabajo, el sentido de lo religioso a través de María. ¡Qué ilusionado iba yo siendo un zagal con mis pantalones nuevos y cortos formando parte de la peregrinación anual a la Virgen de la Vega!  Mientras iba creciendo, caminaba a la escuela y realizaba los pequeños mandados aparecían en los veranos por casa los “frailes” vestidos con su sotana y su “rabat” típicos. Siendo un niño conocí a: Hegesipo, Heliodoro, Feliciano, Severino… todos ellos primos que pasaban por casa para saludarnos. Este fue mi primer toque de llamada para MARISTAS. Eran los años treinta y tantos.

El segundo enchufe que conecté, en polo positivo, con maristas fue en las casas de formación. Modelos concretos: Berardo, Esteban, Hilario, Mandacen… a quien imitar, y que sustituyeron a los que había dejado en la casa familiar. De Avellanas y de esos años jóvenes de formación he guardado siempre la imagen de mi grupo de curso cantando la Salve castellana todos los sábados delante del clásico monumento a la Virgen que se encuentra frente a la entrada del monasterio.

Con el correr de los años he tenido la experiencia de vivir con tipos de comunidades diferentes, épocas difíciles, comunidades abiertas, de tipo tradicional, me ha tocado convivir con Hermanos todos mayores…pero en todas he encontrado y he disfrutado con el ambiente familiar-fraterno que me encantaba cuando era niño.

También me ha tocado sufrir cuando en mi comunidad no se respiraba ese aire que sabía a “hermano” y que yo había respirado en mi infancia. Me he sentido muy a gusto cuando en la comunidad de turno existía un ambiente fraternal. Cuando nos entendíamos los unos con los otros, cuando pasábamos largos ratos alrededor de la mesa del comedor, cuando organizábamos aquellos partidos de futbol en los días que no teníamos clase, cuando poníamos en marcha nuestras excursiones comunitarias y también cuando nos juntábamos en la capilla comunitaria al final del día para rezar.

Tengo que dejar constancia de que mi persona tiende a vivir en grupo, que mi fuerza de origen me lleva a formar parte de una comunidad. Necesito ese apoyo, ese rodrigón para acercarme a otras personas y que les pueda llamar: hermanos. Y que al mismo tiempo, ellos se acerquen a mí, me quieran. Creo haber hecho esfuerzos en mis últimos destinos comunitarios, con mi presencia, actuación y comportamiento para fomentar en el “estar bien”, “llevarnos bien” con el fin de que ese ambiente sea el distintivo de “mi” comunidad.

La comunidad marista ha supuesto una gran ayuda para mi vida humana y religiosa.  Sin la comunidad difícilmente me hubiera mantenido fiel al Señor. Siempre he aceptado que la relación con mis hermanos ha tenido sus altas y bajas. En la comunidad he encontrado el apoyo oportuno. He tenido la suerte de que el concepto-realidad de “comunidad” me ha iluminado el camino, he sentido muy cerca el calor humano de la acogida, la amistad y la comprensión. Así como como el concepto de vida familiar-fraterna me trajo al mundo, la comunidad ha sido el lugar privilegiado donde he podido realizar mi vocación marista y vivir mi experiencia espiritual y desarrollar mi servicio. Crecí en el trabajo y en el servicio. Aposté desde bastante joven por el SERVICIO. He crecido y creído en el servicio. El vivir con mis hermanos y el servir a mis hermanos me ha hecho estar lleno de satisfacción.

Si a nuestra institución se la reconoce con el adjetivo de maristas lo mismo me gustaría que me reconocieran con la misma calificación. Creo haber servido a mi congregación en lo que he sabido, en lo que he podido y en lo que me han encargado. Mi gran satisfacción es el haber convivido y servido en Torrente y Cartagena a mis hermanos gastados por el trabajo y los años. A mis padres, a mis hermanos maristas de comunidad y a nuestra BUENA MADRE se lo debo todo.