H. Celso García

28 julio, 1928
Villamiel de Muñó (Burgos)
29 agosto, 2022 Benalmádena (Málaga)

1928-48: nace y crece en el seno de la familia.

1941: ingresa en la casa de formación de Arceniega.

1945: noviciado en Villafranca de Navarra.

1946: emisión de los primeros votos en Villafranca. Comienza Escolasticado en Castilleja.

1947: primera experiencia colegial en Villanueva del Río (Sevilla)

Agosto 1951: profesión perpetua en Huelva.

1954: comienza a estudiar magisterio en Malaga.

1962: segundo noviciado en Saint Quintin Fallavier (Francia).

1966: inicia su labor académica y pastoral en Bolovia (Roboré).

1982: actualización teológica en el seminario de Madrid.

2004: curso de la Tercera Edad en Manziana (Italia).

1951 - 2022: otros destinos: Sevilla, Larache (Marruecos), Bonanza, Ogíjares (Granada), Roboré, Santa Cruz de la Sierra, Comarapa y Benalmádena.

29 agosto 2022: el Señor lo llamó en Benalmádena (Málaga) a la edad de 94 años, de los cuales 76 de vida religiosa marista.

El HERMANO

Hablar del hermano Celso es hablar de Bolivia, ya que su labor académica y pastoral la desarrolló en ese país durante 43 años: desde 1966 a 2009. Fue un hombre acogedor, amable, austero, responsable, exigente y organizado. Además, era culto (muchos de sus conocimientos los adquirió de forma autodidacta) y un ejemplo de formación permanente: leía con frecuencia revistas y libros científicos y otros de contenido religioso y pastoral. Aunque reservado en el trato con los demás, se animaba en cuanto surgían temas científicos.
La puntualidad era otro de sus rasgos; el retraso a los actos comunitarios le hacía sufrir. Muchos de los hermanos, sobre todo los jóvenes, lo veían como un maestro, como un referente para sus vidas, pues él fue coherente con lo que vivía.
Era cumplidor en la asistencia a la oración comunitaria, donde exteriorizaba su teología avanzada, sin duda, adquirida en sus muchas lecturas. Por eso se mostraba respetuoso con las innovaciones que proponían los demás. Aunque se mostraba temeroso ante las novedades que pudieran comprometerle, pues tenía cierto miedo a los cambios, mostraba su apoyo cuando eran otros quienes debían llevar a cabo dichas novedades. Con frecuencia acudían antiguos alumnos suyos a visitarle. Disfrutaban hablando con él, recordando sus clases, y hasta le pedían consejo, ya que conocían su buen criterio y sabiduría. Celso disfrutaba mucho de esas visitas y diálogos.
Hasta el final de su vida siempre expresó gran cariño y preocupación por las personas. Cuando algún hermano de Bolivia le visitaba en Benalmádena, se notaba que su corazón permanecía aún en aquel país, ya que preguntaba por cada uno de los hermanos y de las personas relacionadas con la comunidad y con los colegios que él conocía.
Metódico como era, insistía en preparar bien las clases, las celebraciones religiosas, cívicas y culturales, así como el inicio del año escolar. Estaba convencido de ello por la gran demanda de alumnos que solicitaban plaza en el colegio. Sufría cuando las autoridades académicas no daban indicaciones claras o cambiaban la planificación inicial. Como buen docente, disfrutaba en clase y a ello se dedicó casi toda su vida, incluso, cuando fue director. Las asignaturas de Física, Química o Matemáticas las impartía con gran profesionalidad y alto nivel académico.
Otro tanto cabe decirse en relación con las catequesis, siempre impartidas con seriedad y profundidad de contenido. En este sentido colaboró con su parroquia en la preparación de sacramentos, incluido el del matrimonio.

 

... HACIENDO MEMORIA

«Recuerdo al hermano Celso cuando bajaba caminando a paso ligero desde el colegio al templo de Cristo Rey, siempre vestido de hábito blanco, con su crucifijo en el pecho que le colgaba del cuello, zapatos gastados, el borde del hábito desteñido por la tierra colorada. Llegaba a prisa a la misa de la noche. Su saludo cariñoso, atento, pero despacio, sin levantar la voz, pues era su estilo, tranquilo… “Ave María Purísima”, saludaba. “Sin pecado concebida”, contestábamos y nos invitaba a pasar dentro del templo» (David Gómez Mendoza).
«Su vida sencilla, casi oculta, pero vivida con mucha generosidad, me impactó profundamente. Cuando viví con él, entregó su tiempo a construir nuestra fraternidad desde múltiples servicios: la lectura, la oración y la acogida de los hermanos y laicos que, con mucha frecuencia, pasaban por Santa Cruz. Así mismo, se dedicó a la catequesis de parejas que se preparaban para el matrimonio, en coordinación con la parroquia «María Auxiliadora», de los salesianos. Supo acomodarse al horario de esos novios. “Ellos trabajan todo el día y yo estoy jubilado”, solía repetir» (Antonio Peralta).
«Cómo voy a olvidar el apoyo y confianza que él, como sabio y excelente docente, me daba en todo momento, que siempre fui muy temperamental e intrépido. Formábamos un conjunto tan compenetrado que en el colegio siempre nos vieron muy unidos. En los recreos comunitarios estaba presente para hacerlos divertidos y fraternos. Qué educador tan dedicado: muchos antiguos alumnos conservan todavía sus cuadernos de Física y Matemáticas. Por otro lado, daba gusto verlo cada sábado con su maletín de herramientas para reparar pupitres, puertas, aseos,…» (J. Antonio López Rojo).

«Desde el primer momento me llamó la atención la capacidad de acogida del hermano Celso, su serenidad y su saber dedicar tiempo de calidad a cada persona. No fueron pocos los momentos de conversación tranquila que mantuve con él en las distintas ocasiones en que nos encontramos. Era un hombre abierto de mente, con gran capacidad de escucha y de diálogo. Especialmente recuerdo, con enorme agradecimiento, cuando estuve convaleciente en Santa Cruz: sus continuas visitas al hospital, su ternura en la atención y su dedicación a mi persona» (Alfredo García Jiménez).

«Le gustaba que se llevara la crónica de la vida de la comunidad y del colegio, es decir, los anales de siempre, así como las actas de las reuniones, para lo cual se ofrecía a colaborar con su caligrafía impecable y clara. Esta claridad la plasmó también en los muchos libros de cuentas que él llevó en comunidades, colegios y en el Distrito marista de Bolivia, pues fueron muchos los años que prestó el servicio de ecónomo. Un entretenimiento suyo fueron los paseos por los corredores del colegio o de la casa» (Saturnino Alonso).
«La acogida de personas en la comunidad la hacía Celso con mucho esmero. Revisaba al detalle la habitación por si estaba aseada o faltaba algo. Así mismo, procuraba estar en la entrada antes de la hora anunciada para no hacer esperar al huésped. Le saludaba con mucha alegría y le daba la bienvenida con verdadero cariño. Luego se interesaba por cada cohermano del recién llegado, expresando así su sentido de familia marista. Durante un tiempo fue su comunidad la de Barrio Lindo, con mucho tránsito de personas cada semana. Sin embargo, nunca se vio a Celso molesto por tanto trasiego de gente porque él vivió la hospitalidad como un servicio que expresaba su sentido hondo de fraternidad. Fue capaz de ver en cada visitante a Cristo que venía a su encuentro» (Antonio Peralta).
Celso, el hombre comedido, el hermano de todos, el marista que gustaría a Champagnat, supo ser la persona respetada porque su juicio, siempre ponderado, se ajustó al recto criterio.

 

 

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