H. Lucinio Pérez Porras

13 febrero, 1927.
Barruelo de Villadiego (Burgos).
† 14 septiembre, 2021.
Benalmádena (Málaga).

1927-39: Nace en Barruelo de Villadiego (Burgos) y permanece con su familia.

1939: ingresa en la casa de formación de Arceniega (Álava).

1944: entra en el noviciado de Villafranca de Navarra.

1945: Primeros votos. Escolasticado en Castilleja de la Cuesta (Sevilla).

1946: Primera experiencia colegial en Sevilla.

1950: en Agosto,Profesión perpetua en Huelva.

1958: Segundo noviciado en Grugliasco (Italia).

1960: Magisterio en Cáceres.

1971-1977: Promotor de vocaciones (reclutador).

1999: curso de Tercera Edad en Roma.

1948-2018: Otros destinos: Málaga, Lucena (Córdoba), Madrid, Badajoz, Bonanza, Ogíjares (Granada), Castilleja, Alcalá de Henares, Sanlúcar la Mayor (Sevilla), Córdoba, Benalmádena.

14-09-2021: El Señor lo llamó en Benalmádena (Málaga) a la edad de 94 años y 75 de vida religiosa marista.

El HERMANO

El hermano Lucinio fue un hombre tranquilo, cercano y de fácil trato. Siempre resultaba sencillo mantener una conversación con él, y su sonrisa transmitía felicidad, serenidad y buen espíritu. Su presencia era siempre positiva, y nunca se le veía malhumorado.
Tal vez por estas cualidades, los superiores lo eligieron para un papel importante: promover vocaciones maristas. Entre 1971 y 1977, Lucinio recorrió pueblos, casas parroquiales y escuelas, montado en su coche, proponiendo algo que para muchos niños y jóvenes podía parecer insólito: la vida marista. Fue el último promotor de vocaciones, o ‘reclutador’, de la Provincia Bética. De aquella etapa, que él llamaba «su etapa de pastoralista», guardaba un recuerdo entrañable, pues la consideraba su época de esplendor. Lo vivió con alegría y dedicación, convencido de su consagración religiosa y de su amor por la congregación.
Lucinio tenía una visión alegre de la vida. Cultivaba el sentido del humor y siempre encontraba una frase ingeniosa o una ocurrencia simpática para hacer reír a los demás, pero siempre con respeto. Sabía elegir las palabras adecuadas para sortear cualquier conversación difícil con elegancia y buen ánimo. Era también un hombre apacible, de criterio propio, pero muy respetuoso con las ideas de los demás. Participaba en debates y discusiones, pero nunca los convertía en enfrentamientos acalorados. Su actitud conciliadora hacía que todo fluyera con armonía.
Nunca se aferró a ningún lugar en concreto. Más bien, estaba siempre dispuesto a aceptar el destino que se le asignara, allí donde fuera necesario reforzar una comunidad. Pasó por más de 20 destinos a lo largo de su vida, y en todos ellos se adaptó con humildad y dedicación.
Durante muchos años, desempeñó tareas de administración, lo que él llamaba «estar en contacto con las materialidades de la vida». Sin embargo, todo lo hacía con un profundo sentido de servicio evangélico. Con su actitud, ayudaba a construir un verdadero espíritu de familia en cada comunidad donde vivió.
Lucinio fue un religioso fiel y comprometido. Dedicaba tiempo a la oración personal, era puntual en la oración comunitaria y vivía con austeridad, reflejando así su consagración sincera. Participaba activamente en encuentros y celebraciones, siempre con el corazón puesto en los demás y en su misión. En definitiva, el hermano Lucinio fue un hombre sereno, alegre y comprometido con su fe. Dejó una huella profunda en quienes tuvieron la suerte de conocerlo.

... HACIENDO MEMORIA

Dado su sentido del humor, no se tomaba a mal las imitaciones de su peculiar forma de hablar que alguien le hiciera; por el contrario, las reía sin sentirse molesto. Además, tenía una forma personal de leer la prensa y de comentar sus noticias, apostillándolas con sus ingeniosas ocurrencias.
En Benalmádena era aficionado al dominó. Cuando ganaba la partida, no podía evitar exclamar: “¡Eureka!”, interjección empleada, como sabemos, después de un descubrimiento o de un hallazgo. Y a continuación añadía, en son de chanza e ignorando, tal vez, que hablaba incorrectamente, que “eureka” fue la mujer de Arquímedes.
Por lo demás, era una persona elegante en el vestir, aseada y educada. En Alcalá de Henares ejerció como administrador de la comunidad de escolásticos y, al mismo tiempo, hacía de conductor incansable. En Castilleja se dedicó a las tareas de portería, atendiendo el teléfono en los turnos que le correspondían. En todos los lugares donde estuvo supo crear buen ambiente con sus expresiones acuñadas, que repetía con frecuencia, siempre de buen humor, siempre sonriente.

Cuando viajaba en el coche de la comunidad sacaba a relucir sus muletillas características. Al emprender el viaje solía decir: «Santa María del Camino, haz que lleguemos a nuestro destino», o bien: «San Rafael, haznos llegar con bien». Y al concluir el viaje: «Hemos llegado, gracias a Dios y al cochero».
Muy cercano a sus familiares, quiso mostrarse así hasta el final. Durante su último año en Córdoba no estaba ya en condiciones de viajar solo. Por eso fue a recogerlo un sobrino, con el que hizo el viaje de ida y vuelta.
A principios del verano de 2012 salió de la comunidad de Córdoba para trasladarse a Benalmádena. Se fue ligero de equipaje y dejó la habitación en estado de revista, pues pensaba volver en septiembre, aunque luego no fue así. Llegó muy mermado físicamente. También psíquicamente se le notaba cierto deterioro; no obstante, aún participaba de las tertulias que mantenía con algunos hermanos después de la merienda.

Mientras pudo desplazarse por su cuenta, era andariego incansable. Al principio caminaba él solo por las calles aledañas. Pero cuando empezó a desorientarse y a no saber regresar, se vio obligado a restringir sus paseos por el interior de la finca. En este estado de desgaste psíquico llegó a mostrarse en ocasiones testarudo. Un día se propuso ir andando hasta la parroquia de «La Inmaculada». Era invierno, y aunque en Benalmádena no suele ser crudo, esa vez hacía muy mal tiempo. El frío con la humedad del mar desaconsejaba salir de casa. Pero Lucinio se empeñó en ello y, acompañado de un hermano, caminó hasta la parroquia, simplemente, porque así lo había programado.
No sólo llegó a perder la orientación espacial. También sufrió la temporal. Puesto que en invierno los días son cortos, tendía a acostarse, aunque fueran las seis de la tarde, simplemente porque a esa hora ya había anochecido. Por eso quienes estaban al frente de la residencia tenían que estar pendientes de él.

El que en otro tiempo fue andariego, acabó postrado en silla de ruedas. Una vez lo llevaba un hermano en su carrito y, en un descuido de éste para atender a otro anciano, Lucinio, que se movía muy inquieto, se aproximó tanto al borde de la escalera que su carrito se precipitó por ella dando tumbos. En fin, no le pasó nada porque Dios no quiso: ni magulladuras ni molestias le quedaron.
Lucinio, el hombre de los mil dichos y chascarrillos, el amigo de la paz y la armonía era el hermano que todos quisieran en su comunidad, pues fue un maestro en el arte de crear fraternidad.

TODO A JESÚS POR MARÍA, TODO A MARÍA PARA JESÚS

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