Infancias que nos despiertan

Derechos, nombres y futuros posibles desde el Centro CIAO, en Siracusa (Italia)

Imagen de Niño CIAO Siracusa

En el Centro CIAO, en Siracusa (Italia), no hay pasillos largos ni patios amplios donde se escuchen pasos acelerados. Somos más bien un centro comunitario polivalente, un espacio que se transforma según las necesidades de cada día y de cada persona: por la mañana puede convertirse en un lugar de acogida y escucha, al tiempo que un espacio donde transitar y aprehender la lengua local (qué importante poder comunicarse en una lengua común); por la tarde, en un ambiente de estudio, juego o intercambio cultural; y en otros momentos, en un pequeño consultorio social donde se acompaña, se orienta y se sostienen procesos vitales.

En el Centro CIAO, en Siracusa (Italia), no hay pasillos largos ni patios solemnes donde resuene la autoridad. Somos, más bien, un centro comunitario que se rehace cada día, un lugar vivo que se estira y se contrae según las necesidades de quienes lo habitan. Por la mañana, el espacio se transforma en una casa de acogida y escucha, pero también en un territorio donde aprender a nombrar el mundo en una lengua común —porque sin palabras compartidas, muchos quedan fuera de la vida social. Por la tarde, la misma sala se convierte en aula abierta, en refugio de estudio, en taller de juego y de convivencia intercultural. Y, en otros momentos, el espacio muta de nuevo para ofrecer un pequeño consultorio social, donde acompañamos procesos que a menudo necesitan tiempo, claridad y presencia para volver a respirar.

Ese carácter cambiante -flexible, disponible, cercano- nos recuerda que la promoción y la defensa de los derechos de la infancia no requieren grandes estructuras, sino lugares donde la vida pueda desplegarse con dignidad. Desde aquí, desde esta casa social que respira al ritmo de quienes entran y salen, intentamos responder a una pregunta silenciosa que nos habita cada día: ¿qué necesitan hoy las niñas, niños y adolescentes para crecer en plenitud?

La respuesta, aunque siempre en construcción, se va tejiendo en pequeños gestos: una escucha sin prisa, un nombre pronunciado con respeto, un espacio donde aprender sin miedo, un adulto presente que acompaña sin invadir. En el Centro CIAO, defendemos la convicción marista de que el bienestar del menor y de las personas más vulnerables es el centro de toda acción educativa y social. Porque los derechos no se declaran solo en documentos: los derechos se encarnan en prácticas diarias de humanidad.

Nuestro centro, el CIAO, puede ser in lugar donde sentirse a salvo. La primera gran puerta de los derechos de la infancia es la seguridad. No solo física, sino emocional. Para muchos de los menores que llegan al Centro CIAO -sea por fragilidades familiares o por vulnerabilidades del entorno o de su propia historia migrante- encontrar un espacio donde pueden ser “visibles” y “acogidos incondicionalmente” es ya una revolución.

Aquí procuramos que cada persona, pequeña o adolescente, joven o adulta, pueda decir en silencio: “aquí estoy seguro; aquí puedo respirar”. Un espacio seguro no es solo un lugar sin violencia: es un entorno donde se legitima la vida, donde nadie es invisible, donde cada historia importa. Sin seguridad, ningún derecho puede florecer.

Imagen de Niño en CIAO Siracusa
Imagen de Niños y Educador en CIAO Siracusa
Imagen de Niña en CIAO Siracusa

Asimismo, pronunciar bien un nombre no es un detalle; es un acto de justicia. El derecho a una identidad propia -cultural, lingüística, personal- es una de las primeras puertas al reconocimiento. En el Centro CIAO insistimos en ello porque sabemos lo que ocurre cuando un niño escucha por primera vez a alguien decir su nombre tal y como lo pronuncia en casa: algo en su interior se recoloca. Es como si el mundo lo viera. Como si existiera.

Muchos menores migrantes llegan con la sensación de haber perdido su historia por el camino. Recuperar su nombre, su lengua materna, su memoria familiar es también restaurar su derecho a ser alguien, no un expediente ni un número.

El derecho a una educación de calidad no puede depender del país de origen, del color de la piel o del idioma con el que se llega a la orilla de Europa. En el Centro CIAO lo vivimos cada mañana y cada tarde en el doposcuola, en los grupos de estudio, en los talleres de idiomas y en las dinámicas de aprendizaje creativo. La educación no es solo transmisión de contenidos: es abrir mundos, es ofrecer herramientas para comprenderse y comprender lo que rodea. Una educación de calidad es la brújula de un futuro posibilitador.

Acompañar a menores que cargan con historias de desarraigo implica paciencia, tiempo y un profundo respeto por el ritmo de cada uno. Pero cuando el aprendizaje se vuelve experiencia compartida -entre risas, cuadernos, preguntas y algún que otro borrón- aparece algo extraordinario: la confianza. Y la confianza es, quizá, uno de los derechos no escritos más urgentes de nuestra época.

En un mundo que a veces empuja a la infancia hacia la prisa y la productividad, el derecho al juego es un recordatorio de humanidad. Jugar es imaginar, crear, equivocarse, convivir. Jugar es socializar sin violencia, es descubrir los propios límites, es aprender a ganar sin humillar y a perder sin romperse.

Por eso ocupamos plazas, habilitamos salas, abrimos mesas donde conviven cartas, ajedrez, colores, cuerdas de saltar. Ahí, entre risas y carreras, la infancia recupera lo que nunca deberíamos permitir que pierdan: el derecho a una alegría que enseña.

Imagen de Niños en CIAO Siracusa
Imagen de Niña en CIAO Siracusa

No siempre es posible garantizar que cada niño o niña viva acompañado de una familia estable. Pero sí es posible asegurar -y nosotros lo creemos profundamente- que ningún menor crezca en soledad. Comunidad significa presencia, cuidado, referentes adultos que no desaparecen a mitad del camino.

En el Centro CIAO, muchas veces somos ese lugar de amparo. Un espacio donde la fragilidad encuentra apoyo, donde las heridas del pasado pueden hablar en voz baja y donde cada menor sabe que hay adultos que lo ven, lo esperan y lo acompañan.

Los derechos de la infancia no son únicamente herramientas para sobrevivir: son ventanas para soñar. En cada menor hay un deseo, un talento escondido, una chispa que espera ser alentada. Soñar con transformar la realidad, estudiar, convertirse en enfermera, mecánico, escritora, futbolista, carpintero… soñar con un futuro mejor es un derecho que defendemos con pasión. Porque cuando un niño sueña, el mundo se expande. Y cuando una comunidad protege esos sueños, la sociedad entera respira esperanza.

La voz de los menores no es un accesorio: es brújula. Cuando hablan, cuando preguntan, cuando señalan injusticias, cuando comparten sus miedos o deseos, nos recuerdan algo esencial: nuestra voz adulta debe seguir nombrando justicia, ternura y fraternidad.

Su mirada limpia nos invita a imaginar un mundo más humano y más creíble. Sus manos -que a veces tiemblan, que a veces crean verdaderas maravillas- nos recuerdan que la vida puede siempre volver a empezar. Que la acogida es un camino de doble dirección. Que acompañar es también dejarnos acompañar.

Hoy, en este 20 de noviembre, volvemos a recordar que promover, defender y cultivar los derechos de la infancia no es solo una obligación legal; es una opción ética, espiritual y social. En el Centro CIAO lo vivimos desde la convicción de que cada menor es un espejo donde se revela la verdad de nuestra sociedad: si ellos están bien, todos estamos mejor.

Por eso seguimos abriendo puertas, creando espacios seguros, tejiendo vínculos, ampliando horizontes. Porque la infancia no es un territorio que se delega: es un presente que se cuida.

Aquí, cada día, descubrimos que cuando se protege un derecho, florece una vida. Y cuando florece una vida, el mundo entero se vuelve un poco más humano.

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