H. Julio Ángel Zabala López

28 mayo, 1940. Sevilla.
† 21 enero, 2021. Jaén.

1940-55: nace en Sevilla y permanece con su familia.

1955: en Septiembre entra en el noviciado de Maimón (Córdoba).

1957: en Septiembre hace su primera profesión en Maimón (Córdoba).

1960: Magisterio en Sevilla. Enviado como profesor a Granada.

1962: hace su profesión perpetua en Ogíjares (Granada).

1982-1985: Licenciatura en Teología Pastoral (Madrid).

1986: Sometido a extirpación del riñón izquierdo.

1994-2021: Estancia en Jaén.

2005: Jubilación.

2017: Sufre un infarto de miocardio.

1962-2021: Otros destinos: Larache (Marruecos), Badajoz, Ogíjares, Málaga y Huelva.

21 Enero 2021: El Señor lo llamó en Jaén a la edad de 80 años y 64 de vida religiosa marista.

El HERMANO

El hermano Ángel Zabala fue un hombre íntegro, coherente con su vida y principios, un hombre que fue evolucionando y supo adaptarse a la realidad, especialmente, la de los jóvenes. Esto lo puso de manifiesto, tanto en sus clases como en los cursillos de catequistas que impartió. En ambos casos demostró su gran profesionalidad: su perfeccionismo le llevaba a preparar todo con meticulosidad. Como gran maestro y como profesor inteligente, supo acercar los contenidos de nuestra fe a los muchachos y explicar un profundo concepto teológico con un ejemplo sencillo.
Por otro lado, era una persona enormemente crítica, detallista y con gran capacidad de escucha y empatía. Era sólido en su vida como religioso y un pilar para la comunidad, a la que se entregaba por completo. Diríase que fue hecho para la vida religiosa. Llamaba la atención su forma de rezar. Solo verlo, ayudaba a entrar en la oración.
Detrás de unas formas, tal vez, un tanto adustas se escondía un hombre afable, de gran sensibilidad, con un inmenso corazón. A pesar de su aparente distanciamiento, era cercano con el hermano recién llegado a su comunidad o con quienes visitaban la casa. Su fina ironía era también fiel reflejo de su gran inteligencia.
El hermano Ángel marcó la vida de varias personas, para las cuales no fue alguien más, ya que dejó huella en ellas. Algunos estudiaron Teología contagiados por el entusiasmo con que él impartía sus cursillos y clases de Religión. A otros les ayudó a abrir su experiencia de fe.
Amante de la liturgia, detalloso en la vida comunitaria, enemigo de excesos y rimbombancias, era, a un tiempo, vehemente, claro y exigente. Entendió su vida como entrega: es imposible contar las horas que pasó entrenando en deportes, elaborando apuntes, retocando fotos, mejorando archivos de audio, leyendo libros de Teología, escribiendo apuntes, preparando pascuas… Sin duda alguna, la centralidad de Dios en su vida era una meta a la que procuraba caminar.
Solía decir: «Hemos sido llamados a ser plenos (no perfectos), como nuestro Padre celestial es pleno. Y en la búsqueda de esa plenitud, hemos de asumir la cruz». Toda su vida fue eso, un caminar hacia una plenitud soñada.
En otro orden de cosas, el hermano Ángel era cumplidor, puntual en las oraciones, fiel a sus deberes comunitarios, austero para sí mismo, pero espléndido cuando se trataba de la comunidad.

... HACIENDO MEMORIA

A los hermanos de su comunidad que caían enfermos les dedicaba toda su atención, dedicación y las muchas cualidades que tenía como enfermero. Si llegaba a sus oídos que un hermano estaba pasando por un problema de salud, se interesaba por él y le aconsejaba lo que podía hacer. Si tenía que ir al médico, iba con él cuantas veces hiciera falta. Es más, anotaba en su móvil la siguiente cita y, cuando llegaba la fecha, se la recordaba al interesado. Y si el hermano estaba ingresado en el hospital, era él quien más horas echaba junto a su cama.
En 2007 cayó gravemente enfermo José María González (Chema), un hermano de su comunidad de Jaén. Ángel Zabala aplicó en él todo su buen hacer, su experiencia y su tiempo. No escatimaba horas en acompañarlo, cuidarlo, animarlo… Ejercía las funciones de una auténtica madre. Cuando al finalizar el curso 2006-2007, Chema no se podía levantar de la cama, Ángel le ayudaba a hacerlo, lo aseaba, le aplicaba el aceite antiescaras y le dedicaba todo su cariño para que estuviera lo más confortable posible. Víctimas de todo esto fueron sus rodillas y los cardenales que se formaron en ellas, pues se arrodillaba delante de su cama para poder actuar mejor. Y así, día tras día, hasta que Chema falleció.
En los cursos de formación de catequistas manifestaba sin palabras cómo vivía su fe y su vocación. En uno de esos cursos preparó a los catequistas de los Grupos de Vida Cristiana de Jaén para la peregrinación a los lugares maristas. En un momento dado, señaló a la cruz con su mano y dijo esa famosa frase: «Cuando el dedo señala a la luna, el tonto mira al dedo». Y añadió algo así: «Nosotros somos maristas, claro. Pero somos cristianos. Nuestra forma de acercarnos a Dios es a través de María, a su estilo, pero no podemos quedarnos encerrados en Champagnat o en lo marista. Lo central, lo nuclear es Jesucristo».

 

En otra ocasión iba a impartir un cursillo sobre Biblia. Momentos antes de empezar, una señora, a la que se le notaba cierta cultura, preguntó a uno de los participantes si era allí donde se iba a dar dicho cursillo. El interrogado afirmó que sí. Entonces la señora preguntó quién lo impartía. Al ser informada de que era el hermano Zabala, un marista, ella mostró su extrañeza y hasta cierto desagrado. No obstante, se le invitó a participar en él. La buena mujer aceptó, no sin antes exteriorizar algo de decepción anticipada. Cuando acabó el cursillo, la señora buscó a la persona con la que antes había mantenido su breve conversación y le confesó que le había gustado mucho las cosas que allí había oído. Luego se dirigió al hermano Ángel para felicitarle.

En 2018 un hermano había sido destinado a Jaén y debía desplazarse desde Valencia. Los días previos a que emprendiera el viaje, Ángel llamó a este hermano para informarse del día y la hora en que tenía previsto llegar a Jaén. Apenas lo supo, le envió por correo electrónico un plano de la ciudad en el que había señalizado la ruta que debía seguir el coche en el que venía. Al llegar a la puerta del colegio, allí estaba Ángel con otros hermanos esperando para recibirle y subir sus maletas a la habitación. Días más tarde, sentados a una mesa, ante un plano de la ciudad, iba explicando al recién llegado cada uno de sus barrios y dónde podría encontrar las cosas que pudiera necesitar en alguna ocasión. Luego, a pesar de lo difícil que se le hacían las cuestas por la debilidad de su corazón, le enseñó Jaén para que aprendiera a moverme por sus calles.
Los colegios de Larache, Badajoz, Huelva, Málaga, Granada y Jaén fueron testigos del buen hacer del hermano Ángel Zabala. Su presencia en todos ellos ocupó un gran espacio, por eso el hueco que dejó al morir fue también grande.

 

TODO A JESÚS POR MARÍA, TODO A MARÍA PARA JESÚS

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