Carta Abierta XIX: ¡Música, Maestro!

Carta Abierta 19

“Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.

Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos.

Con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan.

Aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor que llega.”

(Sal. 98, 4-9)

A los educadores de la Provincia Marista Mediterránea

Queridos amigos y amigas:

¡Celebremos la vida!

¡Celebremos la vida a lo grande! Que suenen los instrumentos y nuestras voces canten al unísono para dar gracias a Dios porque, una vez más, nos permite estrenar un curso que se presenta lleno de oportunidades y retos. ¡La vida! Este es el gran regalo que brota de su bondad. Este es el milagro que cada mañana comienza a desvelarse al despertar y abrir nuestros ojos al mundo. Este es el misterio que nos rodea, la fuerza creadora de Dios que fluye por las venas de nuestras aulas y obras sociales en una búsqueda diaria de futuro y esperanza. “En el fondo, – dice el Papa León XIV- esta es la esperanza: saber que, aunque podamos fallar, Dios nunca nos falla. Él nunca deja de amarnos. Y si nos dejamos alcanzar por este amor – humilde, herido, pero siempre fiel – entonces podemos de verdad renacer.”

Os invito a entrar descalzos en el curso 2025/2026, como Moisés en el episodio de la zarza ardiente. Al acercarnos a los niños y jóvenes a quienes servimos nos adentramos en tierra sagrada. Entrar descalzos significa reconocer el don de las vidas que Dios nos confía, aceptarlo con humildad, respetar su singularidad y comprometernos en una conexión más profunda con lo sagrado. Entrar descalzos significa despojarse de todo lo mundano, dejar atrás preocupaciones y distracciones para concentrarnos en la misión educativa, permanecer abiertos al misterio y atentos a la música de Dios.

En marzo de 2015 el hermano Emili Turú escribió una bonita carta a todo el Instituto Marista titulada: “Montagne, la danza de la misión”. Y nos decía: “Es como si Dios mismo fuese una danza de vida, de amor, de energía, que se mueve a través del mundo, invitando a participar en ella. Y cuantos más se unen a la danza, más personas se sienten atraídas a unirse.” Esta imagen de un Dios que canta y baila no es nueva. Ya decía F. Nietzsche: “Yo sólo creería en un Dios que supiera bailar”. Y creo que muchos de nosotros diríamos lo mismo. No podríamos creer en un Dios distinto, sino en aquel que sabe bailar, que se mezcla y se confunde con la vida y con la gente. Un Dios que baila es un Dios con emociones y con sentido del placer, que responde espontáneamente ante la música y se mueve al ritmo de la vida. Su baile es una expresión perfecta de armonía y sensibilidad.

Queridos amigos, os invito a unirnos a esta danza mística y a convertir este curso escolar en una auténtica celebración de la vida. Y os sugiero dos parejas de baile que deberían de estar presentes en todos nuestros lugares de misión: música y silencio, armonía y mesa compartida.

La música y el silencio

La música actúa como un auténtico puente entre lo humano y lo divino, enriquece la experiencia religiosa y permite una conexión más profunda con Dios y con los hombres a través de sus diversas manifestaciones y efectos. Nos abre las puertas a la adoración y la alabanza y nos dota de un lenguaje extraordinario, lleno de matices, para expresar nuestra fe.

Ojalá la música sea un elemento importante en nuestra labor educativa. En el fondo, cada persona es un músico y cada educador un director de orquesta. Somos seres singulares, cada cual con sus propias habilidades y talentos. Nuestra forma singular de entender el mundo y vivir la fe es la música de fondo de nuestra actividad educativa. Cada uno de vosotros, queridos educadores y educadoras, sois un tesoro precioso que enriquece y aporta nuevas notas musicales a la misión marista.

Pero la música, como la experiencia de Dios, necesita del silencio. Y desafortunadamente vivimos en un mundo con demasiado ruido y demasiados fuegos artificiales.  Demasiados gestos para la galería que esquivan siempre lo más esencial y profundo. Demasiadas palabras que solo expresan que uno no tiene nada realmente importante que decir.

¿Cómo recuperar el silencio? Se diría que desapareció perdido y olvidado en los días de otros tiempos, en los pueblos ya vacíos de otro siglo, y ahora apenas podemos disfrutar de él ni escuchar el simple canto de un grillo. ¡Hay demasiado estruendo de batallas en nuestro mundo!  Demasiadas voces estridentes y vacías de armonía. Los ruidos que más se oyen son los de los iluminados e inquisidores que se hicieron dioses a sí mismos y perdieron la capacidad de escuchar. Ellos son los que rondan las calles e inundan las redes; no es fácil desprenderse de su dominio.

Se nos perdió el silencio en los días ya lejanos de otros tiempos. A ver si alguien inventa una aplicación nueva que nos lo pueda devolver. Y que sirva para IOS y ANDROID… para todos, porque sin silencio no hay Dios, ni música, ni celebración auténtica, ni posibilidad de crecer..

Armonía y mesa compartida

La buena música guarda celosamente el secreto de su virtud fundamental: la armonía musical. Se define como la combinación de sonidos simultáneos, generalmente acordes, que producen una sensación de equilibrio y estructura en una pieza musical. Se refiere también a la forma en que las notas y los acordes se organizan y se relacionan entre sí para crear una sensación de coherencia y belleza sonora.

De la misma manera, nosotros, seguidores de Jesús, sabemos que la vida también encierra un secreto celosamente guardado y sin el cual no existiría: el amor. Este es el origen, el desarrollo y el destino de todo lo que existe; esta es la vocación primera de todo ser humano; este es el objetivo último de cualquier acción educativa.

En nuestra tradición marista nos referimos al amor que lo armoniza todo cuando hablamos del espíritu de familia y cuando recordamos las palabras de Marcelino en su testamento espiritual: “Os encarezco, muy queridos hermanos, con todo el cariño de mi alma y por el que vosotros me profesáis, que os comportéis de tal modo que la caridad reine siempre entre vosotros. Amaos unos a otros como Cristo os ha amado. No haya entre vosotros sino un solo corazón y un mismo espíritu”.

Si tuviera que elegir una imagen clara y relevante de nuestros orígenes para expresar todo esto, elegiría la mesa de La Valla. Muchos de nosotros hemos estado sentados en ella y nos hemos emocionado al evocar el espíritu de familia de los primeros hermanos. En torno a la mesa, buscaron latir con un solo corazón y vivir la llamada a la fraternidad con un mismo espíritu. La mesa de La Valla es una imagen siempre sugerente y actual. Nos habla de armonía y caridad con un lenguaje tan sencillo que puede llegar nítidamente a este mundo nuestro, tan necesitado de empatía y respeto por los demás para lograr un equilibrio y una convivencia pacífica. ¡Celebremos la vida en torno a la mesa de la fraternidad! Pongamos en valor la fuerza transformadora de la mesa compartida.

Queridos amigos, amanece un nuevo curso ante nuestros ojos. Estamos celebrando ya las primeras reuniones de educadores para poner en marcha un Plan Estratégico que nos va a guiar durante los próximos años.

El concierto de la vida está a punto de comenzar y nos hemos preparado durante mucho tiempo para este momento.  Nos dirigimos puntualmente a la sala sinfónica de nuestros colegios y obras sociales. Miramos nuestras localidades y tomamos asiento. Un breve saludo a nuestros amigos más cercanos y abrimos el programa con una mezcla de nerviosismo y emoción, sabiendo que nos tocará interpretar algunas piezas. Lo aceptamos con alegría, dispuestos a poner lo mejor de nosotros mismos para llenar de luz esta celebración de la vida.

El escenario está preparado y decorado con las mejores galas. Los instrumentos afinados y la partitura abierta sobre el atril. ¡Música, maestro!

 

H. Aureliano García Manzanal

En Alicante, a 1 de septiembre del 2025

 

 

 

 

 

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